La
línea punteada avanzaba entre mis piernas como una larga culebra seccionada, el
duro asfalto era mi pista y se posaba firme bajo mis pies, los insectos
sulfurados me esquivaban, mi ritmo se confundía con la sinfonía de bocinas
disparadas por los conductores furiosos, si Moisés abría las aguas, yo
desarmaba la carretera; el sol se diluía en el cielo pálido y gris , manchando
lentamente las nubes en tonos violetas y anaranjados, se alejaba hasta perderse
detrás de los vehículos que paseaban iracundos junto a mí.
Aun
caminando arribó la noche, los insectos ya invisibles de oscuridad, solo rugían
acelerados, mostrando sus ojos incandescentes, gritando desde sus entrañas
metálicas, exigiendo que me quitara de enfrente, pero mi camino estaba trazado,
extensa y blanca línea punteada, yo debía recortar con sangre su continuidad.
Los
pies gastados, el estómago colgando de hambre, la espalda chueca, toda una
tarde caminando, toda una tarde inmóvil esperando a mi verdugo, quien después
de largas horas se dignó a aparecer frente a mí, lucia colosal e inminente, no
hubo desvíos, no hubo cambios de luces ni claxon sonando, solo un conductor dormido
sobre el volante, enfundado en un enorme camión azul que avanzaba directo a mi
encuentro.
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